Un buen polvo para ser ministro

Mi madre siempre utiliza la expresión «ni que fuera ministro» para referirse a quien se las da de aires de superioridad. Esa expresión hace tiempo que dejó de tener sentido. La idea que tiene mi madre, como la que tengo yo, de alguien que ocupa ese puesto, es una persona experimentada, y por lo tanto, entrada en edad. Alguien con saber estar, con mucha cultura general, con conocimiento de su área y experiencia también en gestión, pero sobre todo, conocimiento del funcionamiento interno de un país.

Lejos de ser una marioneta de las élites del poder o dejarse llevar por lo que la opinión pública quiere oir, un ministro debe poner las cartas sobre la mesa, analizar, valorar, decidir lo mejor para el máximo número de personas, evaluando los riesgos y externalidades de sus decisiones.

Ser ministro debe ser la máxima profesional y personal para quien diga tener voluntad de servicio público. Y sí, esto que voy a decir es impopular pero, un ministro gana muy poco para lo que yo espero que me aporte y por lo tanto, prefiero un ministro que ya lleve el bolsillo lleno cuando llega al cargo que alguien que se dedica a pedir un té al más puro estilo casposo. Cualquiera que haya trabajado en una oficina antes de ser ministro y que tenga menos de 40 años, aprovecha el momento de prepararse el té o el café para tener un rato de descanso y diversión. Pero claro, si no conoces el mundo laboral de la gestión, pensarás que liderar equipos es tener criados, como en las pelis, porque eso es todo lo más cerca que habías estado de un despacho, una sala de juntas o simplemente «una sala» antes de llegar al puesto.

Lo mismo aplica para consejeros y presidentes autonómicos, diputados y todo cargo público más allá de un alcalde de un pueblo. Y perdónenme si hablo en masculino para referirme al todo. Aprendí a escribir a principios de los 90 en una escuela pública de pueblo, cuando en España aún quedaba algo de sentido común.

Que Irene Montero sea Ministra insulta a mi inteligencia. No porque no haga falta mejorar las políticas de igualdad, sino porque existen muchas personas dedicadas a la causa y merecedoras del puesto de forma objetiva. Personas involucradas desde la investigación y el estudio y no desde las pataletas de manifestaciones callejeras. Personas que han dedicado su carrera entera a entender en primera persona la realidad social de la desigualdad en España, que por cierto, no se da sólo por cuestiones de género o condición sexual. Es un absoluto despropósito que venga a hablarnos de igualdad alguien cuyas circunstancias personales junto con su escaso curriculum, ponen en entredicho su valía para el puesto. Porque donde se aprende es trabajando. El mundo académico se queda escaso y mucho más cuando hablamos de gestionar recursos, económicos y humanos, para lograr con ellos resultados de impacto.

Pero tal vez, la agenda mundial para comernos el tarro con lo que sobrepasa la igualdad, requiera de marionetas como Irene. Cada vez que pienso en los 20.000 millones de euros que se le han asignado para gestionar las políticas, se me ocurre pensar si en el Gobierno conocen la diferencia entre gasto e inversión y la relación directa que tienen economía y bienestar social.

En definitiva, el ejemplo que me dan desde el Ministerio de Igualdad es, como dice aquella, que hay polvos muy bien echaos’.

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