Pausar y volver

Cuando viajo, siempre he tenido la sensación de que la persona que volvería a casa sería algo diferente a la persona que da dos vueltas a la llave mientras cierra la puerta. Sin embargo, cuando el viaje acaba y llego de nuevo a casa, me olvido por completo de esa sensación que tengo cuando salgo y no hago la misma reflexión de vuelta mientras abro la puerta. Se acaban las vacaciones, la semana de trabajo o el finde. Toca volver a la rutina y no suele haber tiempo (ni ganas) para pensar. Mucho menos para sentir.

Sin embargo, últimamente sí me está pasando eso cuando viajo. Sobre todo cuando lo hago a mi verdadera casa. A la casa de mis padres. A mi pueblo. A la misma calle donde aprendí a montar en bici, donde jugaba al tenis contra la pared y donde ahora juegan mis sobrinas.

El año pasado, escuchando un podcast de La Escóbula de la Brújula me di cuenta de algo que me está cambiando la vida. Hablaban de los cuentos tradicionales y su simbolismo y también del romancero español. Me llamó la atención algo que me hizo retroceder el audio y escuchar más atenta. Hablaban de la filosofía detrás de los romances y de su integración en las culturas populares. La verdadera sabiduría castellana está oculta en esas letras que nos parecen arcaicas y aburridas.

Cuando volví a casa de mis padres hojeé un libro sobre la historia de mi pueblo, ¡et voilá! Ahí estaba lo que yo buscaba. La ronda más famosa de de mi pueblo es el «Romance de la cristiana cautiva», el mismo del que estaban hablando en el podcast. ¿En serio no me había dado cuenta antes? No me había dado cuenta porque no me interesaba, no sabía verle el valor a unas letras de hace mil años cantadas con sones de jota. Pero no sólo ese romance, muchos otros que, supongo, se cantan con el mismo son.

Mis circunstancias actuales me han hecho parar. Y lejos de ser un problema, tener la calma de poder echar la vista atrás, adelante y sobre todo, al instante, se ha convertido en un regalo. Entender lo que soy es ahora una necesidad para salir de un atolladero profesional que me arrastró a las puertas de un quirófano. Pero ahora, ese proceso de reflexión e investigación para saber qué quiero ser de mayor, ha traspasado a lo personal. Intento buscar pistas porque hay que conocerse a uno mismo, decía Sócrates, pero no dijo cómo así que yo busco mi forma. Y lo ancestral, como el romancero o sentarme en un risco a sentir la energía que emana de la Tierra, es una forma de hacerlo.

Hay una frase que me encanta que dice «uno vuelve siempre a los lugares donde amó la vida». Y otra que me gusta más aún que es «los que no creen en la magia nunca la encontrarán». ¿Y esto qué tiene que ver con conocerse a uno mismo? Tiene que ver, mucho. Vivir desde la paz que da la calma, es una oportunidad de activar la energía que es el sentir, de observar lo que se ve y lo que no, de recordar, de interpretar, de encontrarte e incluso, de descubrirte.

«Todas las cosas están llenas de signos, y un hombre sabio puede saber de una cosa a partir de otra»

¿Piotino?

No es necesario tener que pausar y volver donde creciste para llevar a cabo este proceso, pero sin duda, es mucho más fácil hacerlo desde allí. Muchas pistas para emprender este camino de transformación me han venido desde la virtualidad que ofrecen internet y el mundo de Twitter. Aunque esas pistas son sólo herramientas. El verdadero acto de transformación sucede observando la naturaleza en todas sus formas. Porque la vida no es sólo de una manera, ni una única cosa. La vida es dinámica y diversa. La clave es encontrar lo que une en cada instante, toda esa diversidad.

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