Vivir con acalasia

Mi relato sobre el largo diagnóstico y el día a día de una enfermedad rara (incluye detalles escatológicos)

Cuando tenía 25 años me empezaron a pasar cosas muy raras. Lo primero que recuerdo es que un día me tuve que levantar de la silla mientras comía porque pensaba que me ahogaba. Poco después empecé con ruiditos en la garganta después de comer. Me daba mucha vergüenza en la oficina… A la vista general eran como eructos. Yo sabía que no lo eran, pero tampoco podía explicar aquellos ruidos. Mi enfermedad empezaba a manifestarse pero yo no lo sabía. Decidí ir al médico el día que me salió lechuga por la nariz mientras dormía. Había cenado lechuga.

Era agosto y la doctora que había en el centro de salud era la novata. Algo que influyó bastante para retrasar el diagnóstico. Le conté lo de la lechuga y el resto de síntomas, aunque tampoco sabía explicar que tenía disfagia, es decir, que se te quede la comida atascada en mitad del pecho. O regurgitaciones, que es eso mismo pero echándolo fuera porque no llega al estómago. O como digo yo porque me encanta reírme de ello, “rumiar como una vaca”. 

Fueron meses duros. A estos síntomas tan raros se le unió fiebre todas las mañanas. Me tomaba un paracetamol y se me pasaba. A la mañana siguiente otra vez, y así día tras día. Me negaba a ver mis síntomas, no soy una persona hipocondriaca, así que intentaba hacer vida normal, aunque me costaba. 

Aquella doctora novata me mandó al otorrino. El otorrino me dijo que no veía nada, que sería algo de origen digestivo. El primer digestivo que me vio me dijo que sería estrés… que llevara vida saludable  y que intentara comer sano. ¡Pero si no podía comer! 

Iba perdiendo peso pero muy poco a poco. Gracias a que nunca he hecho caso a los mantras y sí tomo leche de vaca. La leche nutre. Iban pasando los meses, me mandaban un antibiótico para la fiebre, antihistamínicos ¿? Iba a urgencias en momentos que me encontraba fatal, los sábados cambié las discotecas por la sala de espera del Hospital Infanta Sofía. Sí, parecía que tenía neumonía, más antibiótico. 

Cuando lo acababa, la fiebre volvía a aparecer. En noviembre de 2009 fui de nuevo un sábado al hospital y al decir que tenía fiebre, me aislaron. Me dieron la baja por posible caso de gripe A. El médico internista que me vio con un EPI, me dijo que no me hacían la prueba, que salía más barato darme una semana de baja. Fijaos lo que vino diez años después… Pues nada, allí estaba yo, de baja, con mi fiebre diurna y el resto del día intentando comer. Pero sin síntomas de gripe. 

Cada vez iba a peor. Volví a urgencias, un neumólogo me vio y me dijo que tenía síntomas de tuberculosis. Me mandó a consulta y allí apareció un ángel; una doctora que me dijo “a ti te pasan cosas muy raras que entre sí no parecen tener relación”. Me mandó montones de pruebas, me sacaron siete botes de sangre, la prueba de la tuberculosis y la prueba definitiva: un TAC de torax. 

Mientras tanto yo seguía con mi vida plana, intentando comer, todo el día tosiendo, vomitando lo que comía, salvo la leche con colacao, cambiándome el pijama tres veces cada noche, porque la cena acababa esparcida por mi cama. No era vómito. Era comida. Olía y sabía a comida. Y obviamente era lo mismo que había cenado o incluso comido 10 horas antes. Porque para abajo no pasaba y eso era lo que me estaba causando la neumonía. Poco después se esclareció todo. (Cinco meses después de la lechuga).

A todo esto mis problemas personales seguían, así que digamos que… fue la peor época de mi vida, con diferencia. 

Por fin un día aquella doctora maravillosa me llamó por teléfono. “Ven al hospital en cuanto puedas”. Casualidades de la vida, o en realidad no porque el hospital ya era mi segunda casas, un 5 de enero de 2010, que estaba en urgencias, para variar, me llamó, así que allí mismo me dio una solución a mi problema. Mi esófago tenía una forma muy rara y el origen de la neumonía era digestivo. 

Me organizó todo el plan como si fuera una enchufada de esas que les gusta tanto colar a los médicos de la sanidad pública. Iba a las pruebas sin cita, decía mi nombre y ya sabían quien era. El resto de pacientes pensaría de verdad que era una enchufada, pero la realidad es que tenía 25 años, mido 1,68 y pesaba 49kg. Mi caso era prioritario porque no podía perder más peso. Y sobre todo, pienso, porque tenía 25 años. Y eso, nos guste o no, es motivo suficiente para priorizar.

Yo no me había dado cuenta pero había perdido 10kg desde que empecé con los ruiditos en la garganta. En realidad yo nunca me peso, no me preocupa mi peso, pero me había quedado en 49. Estaba horrible. Me parecía a Michel Jackson con esa nariz tan afilada y los pómulos planos. La ropa me estaba grande, esa es la realidad, pero me daba igual. Sólo quería saber lo que me pasaba. No comía, no dormía, no vivía. No paraba de toser. La doctora me explicó el origen de la tos, y por tanto de la neumonía que me causaba fiebre por las mañanas.

Mi esófago está obstruido, el músculo de entrada al esófago no me funciona y eso impide a la comida pasar. En aquel momento sólo podían hacerlo las texturas melosas, ni lo muy líquido ni lo muy sólido. Por eso, debe ser, la leche sí me pasaba. También el néctar de melocotón a temperatura ambiente, pero no el agua. 

Días antes de la fecha prevista para la operación, mi esófago se cerró del todo, y tuve que volver a urgencias. Me habían mandado un antibiótico hasta la operación pero no podía tomarlo porque no me pasaba por el esófago así que además, volvió la fiebre. 

Me ingresaron hasta el día de la operación. Y desde entonces aprendí que cuando estás malo de verdad, te da igual todo. Y si no te da igual todo, es que no estás malo de verdad. Es posible ir feliz a un quirófano. Evidentemente tenía nervios pero unos nervios muy livianos.

Recuerdo a una señora que estaba en la puerta del quirófano de enfrente que no paraba de llorar. Y yo, sin embargo, tan contenta y feliz de que mi problema tuviera una solución. La vida y sus contrastes…  Lo de vomitarme encima todas las noches y cambiarme el pijama tres veces, no era el plan de vida ideal con 25 años. No poder salir a cenar o a tomar algo, ni tampoco poder tomarlo en casa, aquello no era vida. Ni tampoco eran vida la tos y la neumonía mañanera… ¡qué dices lo de echarte la siesta después de comer! A día de hoy eso sigo sin poder hacerlo.

Todo salió bien, como era de esperar. Recuerdo aquel primer puré de pescado un viernes por la noche aún ingrsada en el hospital. Ahora lo pienso y… ¿puré de pescado? Creo que no lo he vuelto a tomar…

Fue duro, ahora lo pienso y casi lloro pero en aquel momento sólo pensaba en curarme y en vivir. En dos meses estaba completamente recuperada, y aunque tardé muchos más en recuperar mis 58kg, tenía que recuperar toda la vida perdida de casi un año. Entonces ya tenía 26.

Y la vida siguió como si nada de aquello hubiese pasado. A veces, por la noche, me daba un dolor muy fuerte en el abdomen. Pensaba que eran gases, la verdad. Hasta que un día indagando por internet di con un foro de “gente con acalasia”. ¡La leche! Aquello que describían es lo que me pasa a mi, un dolor muy fuerte que a veces se ramifica por el cuello y los brazos, la descripción de un infarto, que en el caso de los enfermos con acalasia, son espasmos esofágicos. A día de hoy me pasa, con mayor o menor frecuencia según mi estado emocional. Me pasa más en momentos impertinentes o cuando olvido llevar una botella de agua. Mi subconsciente lo sabe y toma, ¡latigazo en el esófago! Debí ser muy mala en otra vida porque duele mucho. Aunque yo suelo pensar, venga que de esto no te mueres, es sólo dolor. Y eso me llena de paciencia 🙂

El dolor es muy fuerte y antes de la operación no me pasaba. Mi esófago estará siempre enfermo y la cirugía no es más que un parche para poder comer pero no es una cura a la enfermedad. Diría que investiguen, ¡claro que sí! Pero en realidad hay una investigación que puede y debe hacer cada uno y es descubrir qué emociones la desencadenan. Eso es una investigación con uno mismo.

Hace unos meses volví a empeorar y he descubierto maneras de controlar la enfermedad; la disfagia, los espasmos, los días malos y a valorar mucho cuando como una hamburguesa o un chuletón poco hecho, un bocadillo, sushi… La acalasia y yo somos una. Miss Controversias no iba a tener gastritis que es lo que tiene todo el mundo. Miss Controversias tiene justo lo contrario, lo que no tiene nadie. ¡¿Qué ibamos a esperar?! 😉

Mi gente está acostumbrada a verme con los síntomas pero se hace un poco difícil cuando estás con gente que no te conoce y tienes el día malo. ¿Cuántas veces juzgamos situaciones por desconocimiento? 

Como volví a empeorar, se plantearon volverme a operar porque las pruebas de revisión habían salido mal. Pero rechacé porque el riesgo ahora no es cómo la primera vez, ni yo estoy tan mal como para no poder comer nunca. Y si me opero de nuevo ahora, no me podré operar una tercera vez porque el esófago estará ya muy sensible. Además he aprendido que para controlar esta enfermedad tengo que aprender a controlar mis emociones. Eso es más importante que ningún tratamiento y mucho más difícil que una cirugía.

Así que si un día no puedo comer, pues ayuno, que está de moda. Y así, como me dicen los médicos, me aseguro que nunca voy a sufrir obesidad.

Pero realmente tengo miedo de pensar cómo será ir haciéndome vieja, si con 37 ya me cuesta comer. Por eso pido comprensión y concienciación con las enfermedades raras.

Porque vivir no es sólo estar vivo.

¿Cuánto pagarías por un bote de mermelada de fresa?

Acabo de ver una peli distópica, de estas que nos muestran los límites de la sociedad humana. En resumen; la mayoría de la gente, pobre, sólo puede comer el producto ultraprocesado que vende el Estado, mientras los pocos ricos tienen acceso a cualquier producto básico como los tomates o la mermelada. En una escena se menciona que un bote de mermelada de fresa cuesta 150 dólares. Y yo, que soy un poco adicta a comerme la mermelada a cucharadas, me he levantado del sofá para deleitarme con mi bote de 1.50 euros.

Puede parecer y de hecho lo parece, que pagar 150 euros por un bote de mermelada es tirar el dinero. Pero el precio de las cosas no es ni lo que cuestan ni lo que valen, porque ¿cuánto valen las cosas? Es lo que las personas estamos dispuestas a pagar en función de diferentes factores como la utilidad o la ley de oferta y demanda. ¿Cuánto pagarías por una botella de agua en el desierto? ¿Cuánto pagarías por un pan de trigo si eres celíaco?¿Cuánto pagarías por una manta si tuvieras que dormir al raso a 5º? ¿O por esa misma manta en un pueblo de Extremadura en pleno mes de julio? Ejemplos hay tantos como queramos pensar. Lo que determina el precio de las cosas no es algo estático y hay muchas teorías al respecto. Os aconsejo este video para saber más sobre la teoría de la utilidad:

La satisfacción que nos proporciona un producto o servicio es fundamental para que determinemos cuánto estaríamos dispuestos a pagar por algo. Pero no sólo. Una situación surrealista como la pandemia, ha cambiado la forma en la que valoramos la satisfacción y el consumo. ¿Para qué comprarme una bici nueva durante los meses de confinamiento? Ni qué decir, de un coche. ¿Pero cuánto hubiésemos pagado por un baño en el mar, un abrazo de alguien a quien echabas de menos o por una ventana con orientación sur?

El contexto en el que se producen las decisiones de compra es un factor clave a tener en cuenta a la hora de establecer y aceptar precios. ¿Cuánto pagaría una bodega vinícola a un experto en Big Data para la vendimia? ¿Y a un ingeniero agrónomo experto en fermentación del vino? Pero si la empresa invierte en un software para predecir la calidad de la uva y del futuro vino, su posición de prestigio y el precio final de las botellas, pero nadie en la organización sabe usarlo, ¿cuánto le pagarían al mismo experto en Big Data en estas otras circunstancias? 

También la capacidad de compra mía y de otros influye en el precio a pagar por algo. En la película, un bote de mermelada cuesta 150 dólares porque no hay alimentos en el mercado. De hecho no hay mercado legal de alimentos y sólo tienen acceso a ellos unos cuantos ricos que los pueden pagar. El resto de la sociedad ni siquiera sabe qué es el sabor a fresa. La satisfacción de un bote de mermelada para un rico/poderoso perverso, no es sólo el sabor sino el saber que lo que está comiendo, que no es más que fresas y azúcar, es un bien escaso que casi nadie, salvo otros como él, pueden permitirse pagar y saborear.

Conocemos un mundo (quien escribe y quien va a leer estas letras) en el que la palabra escasez nunca ha aplicado, hasta ahora, a necesidades esenciales, y donde desayunar una tostada con mermelada o comerla a cucharadas, forma parte de una rutina incuestionable. No es un lujo, ni proporciona una satisfacción especial, por lo cotidiano del hecho. En la película hay dos personajes principales, uno es mayor y conoce el sabor de los alimentos y la textura, porque cuando era niño había comida y se comía con cubiertos. Pero a lo largo de su vida eso desaparece. El otro personaje, que es más joven, no conoce esa sensación del placer de comer, ni sabores, ni texturas, ni sabe cómo comer con un tenedor. ¿Qué utilidad le proporciona comer algo que no sea la barrita verde ultraprocesada ? Es algo completamente desconocido que por eso tampoco añora ni le encuentra utilidad o valor, hasta que lo descubre.

El cambio de era que estamos viviendo está trasladando la forma en que ponderamos nuestras prioridades y la utilidad de las cosas. Os pondré un ejemplo personal. Siempre he salido al campo, me crié en un pueblo. Pero fue el confinamiento el que me hizo cambiar la forma en la que ahora disfruto de la naturaleza. Igual me ocurre con la ropa en el armario. Hay muchas cosas que no me he vuelto a poner. Porque salgo menos y porque no trabajo en oficina a diario. Quizá nosotros no somos muy conscientes de este cambio porque somos como el señor mayor de la película, pero si esta situación distópica se alarga durante años, los futuros niños, de adultos, ni siquiera añorarán cosas que para nosotros formaban parte de nuestra vida cotidiana. Vamos por la segunda Navidad distópica y tal vez por salvar a los que ahora están, lo que estamos haciendo es agravar el efecto surrealista de esta pandemia y del futuro de los nuestros. Los cambios en la forma de vida no se dan de un día para otro, se cocinan despacio, se toman a sorbos y la indigestión llega cuando ya es demasiado tarde para remediar el empacho.

Porque dar un abrazo, sonreír y compartir mesa, no pueden ser un pecado mortal. Ni tampoco tomar un poco de mermelada, salvo que seas diabético… La película, por cierto, es de 1973 y la historia sucede en 2022.

Droga eres, droga serás

Hace unos días mi abuelo confesó una historia que ninguno de los que estábamos con él en ese momento conocíamos. Durante los años 60 y los 70 mi abuelo era taxista de largo recorrido, sobre todo de algún torero de renombre de la época. Conducir un Dodge de nueve plazas en horario nocturno y las carreteras de la época, suponía mantenerse despierto durante más horas de las que el cuerpo aguanta con normalidad. Con toda la espontaneidad de sus 93 años, nos contó que en una ocasión que paró en Madrid, fue a una farmacia de la Cava Baja a comprar las pastillas que le mantenían despierto. El farmacéutico, muy honrado, le dijo que no se tomara más esas pastillas porque eran peligrosas, era mejor que tomara café y Cocacola. He estado investigando y aquellas pastillas eran anfetaminas.

Los tiempos cambian cuando cambia el conocimiento. Con el cambio en el conocimiento cambian las rutinas y los dogmas sociales. Sin embargo y a pesar de saber el lastre que es la droga, observo que no se tiene mucha mentalidad de lo que eso supone. No hablamos de que las anfetaminas hayan sido legales hasta hace no mucho. Sino de adicción y muchos problemas. Los que nacimos en los 80 sólo conocemos el lastre de la heroína por lo que nos han contado. Aún así, recuerdo de pequeña en la TV un anuncio contra la drogadicción de un gusano metiéndose por la nariz. Yo era demasiado pequeña para entender de qué iba aquello, pero ahora que tengo 37 años y veo la droga muy cerca y muy a menudo, me pregunto por qué el Estado, los Estados del mundo, no se preocupan más por este tipo de campañas de concienciación en lugar de hablarnos de no comer carne.

Me sorprende mucho que se normalice el consumo de drogas y que no se pillen alijos diariamente. Y sí, hay que decirlo, el consumo de drogas está normalizado. No voy a dar detalles pero yo misma me sorprendo y eso a veces me hace dudar si alguna persona insospechada también está metida en el lío. Porque si el consumo es el que parece que hay, el tráfico debe ser descomunal ¿lo sé yo y no lo sabe la policía? Evidentemente lo saben pero por alguna razón que yo desconozco, no interesa perseguirlo ni que lo sepamos.

Alguien me dirá que una defensora de la libertad como yo debería dejar que la gente haga lo que quiera. Y claro que defiendo que cada cual haga con su cuerpo lo que quiera. Drogarse un día no es un problema. El problema, a diferencia del alcohol o el tabaco, es que las drogas son un sector no regulado que, evidentemente, no sale en las estadísticas del INE ni en las del Ministerio de Sanidad. Por eso está fuera de control y no conocemos con datos fiables sus efectos sociales, sanitarios y económicos. Si el alcohol y el tabaco suponen un problema, lo sabemos y aún así bebemos y fumamos, podemos imaginarnos las consecuencias de hacerlo sin ningún control.

¿Por qué prohibieron los chinos el opio en el siglo XIX? La adicción estaba teniendo efectos letales en la sociedad. Además, las importaciones de esta sustancia se habían convertido en un producto clave que estaba favoreciendo la economía del Reino Unido en contra de la economía china. Un problema social-sanitario y un problema económico.

Lo que ocurría con las pastillas que tomaba mi abuelo, sucede actualmente con muchos otros fármacos adictivos, que adormecen y que se venden en farmacias con receta médica. Al menos en los últimos años se han puesto más serios con esto y piden el DNI para comprarlos. Pero aún así es sorprendente ver cuánta gente toma pastillas para dormir o antidepresivos. En Estados Unidos ya ha pasado con la Oxicodona, y aquí que siempre vamos un pasito por detrás, no sé en qué punto estamos pero es preocupante saber que tanta gente toma drogas a menudo, ya sea cannabis, cocaína o drogas sintéticas. Y otros que, legalmente y por prescripción médica, toman benzodiacepinas o antidepresivos. Me pregunto si acaso no conviene mantener a la sociedad aletargada en estos tiempos que vivimos en los que día tras día hay motivos para darse cuenta del teatro que es la vida. ¿Sugieren los médicos en consulta otras alternativas previas a la prescripción de estos medicamentos?

Lo último que sé es que es posible comprar drogas variadas con Bitcoin y que te llegan a casa como un paquete de Amazon. ¿Estamos locos? ¿Lo sé yo y no las autoridades de aduanas? Por alguna razón no interesa frenar el consumo de drogas y por lo tanto el tráfico, las mafias, la economía sumergida, una sociedad adormecida y entretenida con su juguete que acabará arrastrada por un chute en el momento que no sea accesible.

Nos quejamos de que Inditex compra sus productos a proveedores que fabrican en países donde niños trabajan en sus fábricas. Defender esta postura, aunque no está exenta de debate, es muy lícito y muy ético. ¿Pero se genera esa misma pregunta cuándo se consumen drogas? Porque precisamente en el mundo del narcotráfico no es donde más se respetan los derechos humanos. Sin embargo, es habitual que los mismos que critican la alegalidad del pago de impuestos de las multinacionales, consuman drogas de todo tipo. Pero no pensemos que esto va sólo de un perfil. Porque estoy segura de que el consumo de drogas afecta a todos los barrios y situaciones.

Espero, queridos lectores, que me dejéis vuestra opinión o comentario de hechos fehacientes. Como siempre digo, esta web, es una página donde todos debemos aprender unos de otros. Lo expuesto no es más que una opinión basada en mi observación. Y no es la única ni la mejor.

Sí puedo decir que ojalá hubiese más personas como aquel farmacéutico que se encontró mi abuelo. Esas son las personas que hacen el mundo mejor.

Las redes sociales y el espejo de Blancanieves

Hace días leía un artículo en La Vanguardia que hablaba del abandono de algunas redes sociales por adolescentes que querían encontrarse consigo mismos. La mayoría de los comentarios apoyaban esta decisión y abogaban por la desaparición de estos medios. Hace unas semanas, también The Wall Street Journal publicaba un artículo sobre los efectos negativos de Instagram en la salud de las adolescentes. Este hecho, según el medio, es conocido internamente por la compañía y deriva principalmente de la comparación social en belleza, bienestar o éxito, tanto con otros conocidos como con los llamados influencers.

Los artículos a los que hago referencia muestran la cara negativa de las redes sociales. Además yo le añado una que es la de procastinar, dicho en lenguaje de toda la vida: perder el tiempo. Pero las redes sociales no han descubierto los siete pecados capitales. Las redes sociales sacan lo que cada uno tiene dentro. Si eres envidioso te saldrá la envidia, si eres perezoso, te sacará la pereza, si eres lujurioso, las utilizarás para ligar, si eres hostil, despegarás toda tu ira, si eres egoísta, tendrás perfiles que alimenten tu ego y si te encanta comer, apuntarás todos los restaurantes a los que va la gente. Vaya, lo que es ser humano desde el inicio de los tiempos. Si no fuera con Instagram y Twitter, tendríamos pique con la vecina por el coche nuevo que se ha comprado o por la casa de la playa y seguirían existiendo las infidelidades y los restaurantes caros. No han dejado de existir las razones por las cuales el ser humano siente lo que siente. Si no hubiese redes sociales perderíamos el tiempo viendo la TV, leyendo la publicidad del chino que dejan en el buzón o en una llamada de teléfono banal. Quizá, lo que cada uno debe hacer es enfrentarse a sus peores pecados y asumirlos o corregirlos, antes de demonizar a las redes sociales. Porque por su característica social, las redes las hacemos entre todos y ellas sólo actúan como el espejo de la madrastra de Blancanieves. La verdad siempre aflora.

Se critica que la gente muestre lo mejor de sí en redes. Y voy a decir una cosa, en mi Instagram tengo algunas fotos que no son las mejores pero tienen algo que para mí es importante. No pongo fotos recién levantada ni de mi casa sin ordenar, por la misma razón que antes de que venga alguien a casa me doy una ducha y recojo. No solemos mostrar la realidad en redes pero, ¿lo hacemos fuera? Como decía hace tiempo en este artículo sobre Tinder, las redes sociales aceleran algo que ya existe en la vida offline. Por lo tanto, antes de desear que no existan, preocupémonos de corregir todo aquello que nos molesta de nosotros mismos y que las redes solamente nos lo evidencian. Es curioso, pero bien usadas, las redes sociales pueden ayudar en este proceso de sanación mental del que hablaban los adolescentes que quieren indagar en su autoconocimiento. ¿Habéis probado a usar los hashtags y a descubrir?

Pero antes de seguir, ¿qué es una red social? Desde mi punto de vista, una red social o medio social es aquella plataforma digital que permite a personas intercambiar información e interactuar. La red social por excelencia es Facebook por ser la primera a la que tuvimos acceso de forma masiva. Pero pronto le ganó Whatsapp, que también es una red social a pesar de que no lo crean los que dicen que no usan redes sociales pero tienen la costumbre de comunicarse por este medio.

Existen redes sociales para todo, pero todas tienen algo en común: conectar personas. Quien escribe estas palabras no es una persona introvertida, en general tengo bastante facilidad para conectar con la gente. Pero me encantan las redes sociales, por el acceso a ideas, opiniones y conocimiento a través de personas que de otra forma no accedería. Lo mismo ocurre al revés. Expertos que tienen mucho que aportar, lo tienen más fácil gracias a internet y las redes sociales, conceptos ambos que van muy van de la mano.

¿Si os dijera que vivo en un piso que es un chollo y que lo encontré por Twitter? ¿Si os dijera que me reencontré con mi amigo Oliver por Facebook? ¿Si os dijera que me he enamorado por Tinder o que he pillado a algunos (en plural) haciendo trampas amorosas por Facebook e Instagram? ¿Si os dijera que Twitter es a veces mejor buscador que el mismísimo Google?

Mi red social favorita, sin ninguna duda, es Twitter. En Twitter, que tiene fama por ser la red social en la que la gente descarga su ira, he encontrado perfiles que comparten conocimiento, ideas o relfexiones por el simple hecho de compartir. Por supuesto, todo hay que contrastarlo pero hay muchos más expertos en Twitter que en la mayoría de los medios de comunicación. Y no porque digan que son expertos, sino porque si pierdes el tiempo en investigar (esos momentos procastinando en redes), acabas dándote cuenta de que lo que dicen tiene mucho sentido. O compruebas que es verdad y automáticamente crece tu ignorancia consciente.

Claro que hay haters y gente que expande noticias falsas, pero ese es el reflejo de la sociedad misma a la que pertenecemos todos, por eso hablamos de redes sociales. ¡Como si sólo hubiese hostilidad y mentiras en Twitter! El peligro es, como decía en el artículo de Tinder, la facilidad de expansión que tiene cualquier asunto que envuelvan las redes sociales. Por eso es primordial que aprendamos a filtrar la información y a ser críticos, aunque no nos guste lo que vemos y aunque para ello tengamos que procastinar primero.

¿Son las redes sociales un medio de comunicación? Mucho más allá, sirven para informarnos con los medios tradicionales como fuente y añadir más información, relevante o no. Ya ocurría antes pero lo hemos visto muy claro con la pandemia, las redes sociales censuran toda aquella información que se salga de su ideario. Pero también lo hacen casi todos los medios de comunicación tradicionales, una vez más el online y el offline se parecen bastante. A mí me parece gravísimo porque la libertad de expresión conlleva no sólo la libertad de pensar sino la libertad de poder expresarse. Y si eres libre para pensar pero no lo eres para decirlo, no eres libre, en definitiva.

En una sociedad madura, la mentira, manipulación o exageración, lo que la historia ha denominado propaganda, debería ser insostenible. Sin embargo no es así porque en la sociedad de la información, en el infolítico, término acuñado por el economista Gustavo Matías, aún no hemos aprendido a filtrar la información. Quizá esto suceda porque estamos en la fase inicial de esta era y en un proceso de transformación del papel a la pantalla. Puede que dentro de 100 años se rían del punto de vista expuesto en este artículo. Ojalá.

Los efectos negativos de las redes sociales son muchos, pero la mayoría podemos controlarlos; trastornos mentales por compararse, malentendidos, pérdida de tiempo, manipulación de información, etc. Hay algo que para mí es más importante, gestión de datos por parte de las compañías. No olvidemos que hablamos de empresas privadas que ponen sus condiciones y nosotros las aceptamos, incluida la censura. Este es el verdadero peligro de las redes sociales porque las consecuencias del uso de nuestros datos se sale de nuestro control.

Existen muchos puntos de mejora en las redes, sobre todo lo relativo a la seguridad, pero hay otro que es propio de la comunicación en formato digital, gente que sabe mucho de cosas muy específicas, y no se atreva a utilizar su verdadero nombre por miedo a represalias, sobre todo profesionales. Yo misma me he planteado a veces si este blog debería ser anónimo. Pero creo que es importante ejercer con hechos eso que defiendes con palabras. El online y el offline tienen que seguir una línea coherente. Aún no vivimos en el metaverso y no tengo avatar, pero quien está delante de la pantalla escribiendo este post, es la misma que está en el super haciendo la compra y en el bar tomándose un vino. Soy una misma persona con muchas versiones, tuiteo una reflexión, un artículo de economía o una canción que estoy escuchando. Y que quede claro, jovenzuelos que queréis encontraros con vosotros mismos, que cada ser humano somos muchas versiones de nosotros mismos, dentro y fuera de las pantallas.

La vida sin pestañear

Sobre los niños y la pandemia

Salgo de mi casa un sábado a las 19 horas en un barrio residencial de familias jóvenes de la periferia norte de Madrid. Mucha gente con mascarilla en la calle. Llego al Cercanías, donde el perfil de familia cambia a gente mayor, casi todo el mundo con mascarilla. Aunque según me acerco, veo personas de todo tipo que salen del Cercanías y se dejan la mascarilla puesta. Otros se la quitan.

Salgo del tren en la Puerta del Sol a las 19:55 horas, donde el perfil de gente es completamente distinto. Muchos extranjeros y gente que como yo, ha quedado para tomar algo y olvidarse de la rara normalidad por un rato. Casi nadie lleva mascarilla en la calle y nadie la lleva dentro de los locales. Estoy con mis amigos, cambiamos de bar. En otro sitio me pongo a hablar con tres desconocidos a medio metro de distancia. No parece que se asusten porque una extraña les haya interrumpido su conversación sobre el Rey Emérito. Resulta que de los tres, sólo uno está vacunado para el COVID19 ¿pero la estadística no era el 90%? En una muestra de cuatro personas, acaba de bajar la estadística al 25%, ya es casualidad… ¿tengo un imán para los “negacionistas”? (Os juro que me entra la risa mientras lo escribo) ¿O es que hay más de los que dicen y por eso nos quieren censurar?

Respeto la actitud de las personas que viven con miedo. Pero lo respeto de la misma forma que yo exijo respeto para mí, y para cada persona. Especialmente para los niños. Me cuesta entender que haya padres que prefieran que sus hijos hagan deporte con mascarilla por el miedo de contagiarse de un virus cuya letalidad es ínfima en sus circunstancias. Porque no hay distancia, lo sé.  ¿Y qué más da? Si están al aire libre, o en pabellones de techos de 15 metros de altura, son niños y es más importante que respiren oxígeno y no su dióxido de carbono viciado. Prefiero no imaginarme a los niños dando vueltas corriendo alrededor del colegio con mascarilla, porque me entra una mezcla entre frustración, rabia y asfixia.

Así que, digámoslo claro, aunque en los colegios de la Comunidad de Madrid no es obligatoria la mascarilla en exteriores, la realidad es que los niños la siguen usando incluso a la hora de hacer deporte. Y parece que para entrar en la senda del “queda-bien” y el “buenismo”, hay que callarse. ¡Pues no me da la gana callarme! ¡Bastante callados estamos ante tanta estulticia! ¡De callarnos está el mundo como está! Y de argumentos del tipo “ya sabemos lo que pasa en el mundo pero no podemos hacer nada” se alimenta la bestia. Y lo escucho tantas veces que me asusto. Me asusto más de esa mentalidad que de la bestia. Porque la bestia no sería nada sin tanta pasividad y miedo que la dan de comer. Pero es llamativo que esa mentalidad vale sólo para las restricciones a la libertad con la excusa del COVID19.

La pérdida de derechos es un retroceso social, se mire por donde se mire,  y es motivo suficiente para protestar. Yo creía que el derecho era algo estricto que se aplicaba bajo cualquier circunstancia y que de ahí nacía su propia naturaleza. Pero pocos lo vemos así, parece ser. Ay no, que uno de mis nuevos amigos “negacionistas”, de esos que conocí en un bar a medio metro, me dice que el derecho está sujeto a la libre interpretación. Pues vaya. Entonces estamos perdidos…

Me llama la atención que las asociaciones de padres y madres no se levanten ante las autoridades educativas para que los alumnos puedan estar en clase con unas condiciones suficientes de confort. Porque estar con las ventanas abiertas con 5 o 10 grados en la calle no es el confort de un mundo civilizado. Hace unos días me comentaba una madre que en el colegio de su hija (11 años) no sólo están con ventanas abiertas, sino que tiene que haber corriente para que circule el aire. ¿Para qué esa doble medida de mascarilla y ventilación? ¿Dónde quedó la frase mítica de las abuelas de «cierra la ventana que te vas a pillar una pulmonía»? A mi entender, como persona que decide vivir, no haría falta ninguna medida porque si te has de contagiar, respirarás el virus como respiras el humo de un camión cuando llevas la mascarilla puesta… Pero desde luego ¿ambas medidas? ¿ventanas abiertas y mascarilla? ¿Por qué se está aguantando todo esto? ¿De verdad la gente lo ve normal? Sí, ya sé que mucha gente lo ve normal. Pero quiero leeros en comentarios por favor, a ver si consigo entrar en vuestra cabeza.

Decía que me sorprende que los AMPA no hagan nada, pero en realidad sí sé por qué no hacen nada. Y no lo hacen porque algunos padres están de acuerdo con estas medidas aptas para hipocondriacos. ¿Hasta qué punto el miedo de unos tiene prevalencia sobre la calidad del aire que respiran otros y su derecho a crecer en entornos salubres, cómodos y libres?

La mascarilla es mucho más que un trozo de tela. La mascarilla es el símbolo de enMASCARArse, de camuflarse, no ver sonrisas, naturalidad, vida. Símbolo del miedo, del sometimiento y causa de no entender bien lo que se dice (nota importante en colegios bilingües) y de crecer en un entorno asustadizo y de juzgar al que no sigue la corriente. Esto último lo he vivido en primera persona con una persona menor de edad. No daré más detalles.

Precisamente es el miedo a ser juzgados y a encaminarse a una única forma de pensar, es lo que a mí me da tanto miedo, más que el bichito, sin duda. Como decía ayer alguien en Twitter, y no puedo estar más de acuerdo, “la mascarilla refleja lo mismo que taparle los ojos a un burro para que sólo vea el camino que tiene delante y no vea posibles bifurcaciones”.

Y es que aún hay padres que siguen alegando que hay niños en la UCI por el COVID. ¿Cuántos? ¿Y por qué? ¿Cuál es el contexto de esos posibles casos de niños en UCI por COVID? Por ejemplo, desgraciadamente los niños con leucemia se mueren de neumonía. Pero esto no es nuevo. Desgraciadamente también, hay otras patologías que hacen a algunos niños vulnerables. Pero esto ocurría antes con otras enfermedades víricas. ¿Y estar con las ventanas abiertas en pleno invierno no les aumenta la vulnerabilidad de alguien con un sistema inmune debilitado? Por no hablar de los efectos mentales. ¿Acaso no tiene que ver con todo esto que el año pasado se hayan cumplido récords de suicidio? ¿Cuántos casos hay de problemas mentales que no hayan llegado al punto extremo y por eso no se contabilizan como tal?

En el caso extremo, el de los suicidios, os diré que en 2020 hubo un 45% más de fallecidos entre 0 y 49 años por esta causa que por COVID19. Para ser exactos os daré cifras: 664 personas con COVID19 (no de COVID, según informa el INE) en ese rango de edad y 1.479 por suicidio. ¿De verdad tenemos tanto miedo al COVID cuando hay otras causas de muerte mucho más preocupantes especialmente en la gente joven? Además, como informa el Observatorio del suicidio en su informe anual, en España no existe ningún plan de prevención, como sí existe para otras lacras como la violencia de género o los accidentes de tráfico.

Pero volvamos al tema de los pequeños y medianos. Después del colegio, los niños se van al parque o juegan con los hijos de los amigos de sus padres el fin de semana en una casa rural. Sin mascarilla. Y van al cumpleaños. Y entonces adiós al grupo burbuja porque al cumpleaños va el amigo, el vecino y los dos primos. Cada uno de un colegio. Y se juntan. Y se ríen. Y juegan. Y para ellos todo es normal. Y por un momento vuelven a ser niños. ¡Viva! Y los padres vuelven a ser padres. ¡Wow! Vamos por el segundo gin tonic que los niños están entretenidos.

¿Y qué me contáis de los que antes eran hiperaprensivos que se han contagiado y una vez contagiados ya pasan de todo y les dan igual los demás? Estos son mis favoritos. Luego los egoístas somos los no vacunados. Seremos egoístas, pero al menos coherentes. Además, ¿cómo un hiperaprensivo se contagia si sigue todas las medias a rajatabla? ¿Quizá las medidas sirvan de poco? ¿O quizá sólo sigan las medidas para parecer el ciudadano ideal? Porque oiga, que me contagie yo que cumplo las medidas sólo por respeto a otras personas o por obligación, vale. Pero que se contagie alguien que sigue las medidas porque tiene un miedo atroz a contagiarse, pues… se me enciende la bombilla de que algo no cuadra. Mi recomendación empírica, ya he dicho que a mí me sirve de mucho, es que tomen más vitamina C de la que recomienda la OMS y se dejen de tanto miedo.

Lo que se está haciendo con los niños y adolescentes desde el inicio de la pandemia debería acabar en algún juzgado internacional. Especialmente en España y en Italia, donde durante dos meses ni siquiera se les dejaba salir a dar un paseo, a montar en bici o a jugar con su triciclo. Desde mi punto de vista, los niños y adolescentes son los verdaderos héroes de toda esta historia. ¿Os imagináis con 14 años y las hormonas a flor de piel tener que estar dos meses ENCERRADOS? Alguno me dirá que, al menos, tenían medios para comunicarse. Y entonces yo responderé ¿cuándo vamos a enterarnos de que la tecnología no puede ni debe sustituir el valor de los seres humanos?

He pensado mucho sobre esto durante la pandemia, cada cosa no vivida a su determinado tiempo, es algo que la vida no retorna. Y sí, sé que lo que no se retorna es una vida perdida, pero vivir a medias o vivir con miedo, es una vida con la luz apagada. E insisto, no creo que estemos hablando de un asunto de tan extrema letalidad como para apagar la luz.

Yo no tengo hijos. Pero los niños de hoy crearán la sociedad en la que yo viviré en el futuro. Por eso es un tema que me importa. Quiero un mundo que cree niños valientes, con criterio, que pregunten, que rechacen lo que no les cuadre (como a mí no me cuadran tantas cosas en este asunto más político que sanitario), que sepan vivir sin miedo y se enfrenten a las situaciones difíciles, como se dice en España, “agarrando el toro por los cuernos”.

Sin embargo, la sociedad mundial está (estamos) enseñándoles a no cuestionar nada para no ser cuestionados, a taparse la boca, a aprender a entenderse con una mirada y a avergonzarse por no seguir la corriente. Eso ha pasado siempre, sí. Pero eso es una enfermedad grave de la sociedad que estamos haciendo crecer. “Si lo dicen los que mandan por algo será”, escucho.  Y si por algo es, que lo expliquen de forma transparente. Porque la transparencia es un concepto que tenemos que empezar a ver como un derecho. Los niños tienen que empezar a verlo así. Es la forma de ser responsables bajo el paraguas de la libertad. Transparencia, la verdad por delante, con tu amigo, con tu amiga. Con Hacienda o con el equipo que lideras en tu trabajo. Transparencia.

El problema que deriva de la transparencia, es que es el enemigo de lo que representan las mascarillas. Desenmascara la verdad. Y la verdad a veces no gusta que se vea. Porque entonces, si históricamente hubiésemos sabido la verdad, hubiesen cambiado las tendencias, opiniones y decisiones en todos los ámbitos.

Si tuviéramos verdadera transparencia en la política, en las empresas, en nuestra historia familiar, en nuestras parejas o amigos, cambiaría el rumbo de nuestras decisiones y la actitud frente a muchas situaciones. Por eso, aunque a mí la transparencia me parece junto a la integridad, el valor a inculcar en el futuro de los buenos líderes, sé que no lo enseñarán en las mejores instituciones de adoctrinamiento.

Una vez, hablando este tema con alguien con mucha responsabilidad en su trabajo, me dijo que en general la gente no estaba preparada para saber la verdad de la mayoría de las cosas. Y es que así es como los líderes ven a la base de la pirámide. Nos ven como a niños a los que proteger, a su conveniencia, claro.

Y cuando soy consciente de todo esto, me encanta acordarme del porqué del nombre de este blog: Miss Controversias. Como ocurría en el dilema del prisionero, si nos callamos, perdemos todos.

No quiero alargarme más, este post es sólo para alabar a los niños y adolescentes y darles las gracias. Ojalá miren la vida a ambos lados, de frente y sin pestañear, a pesar de estar aprendiendo a vivir enMASCARAdos.

Suma de letras

Queridos profes:

Ayer fui a buscar al cole a mi sobrina de 9 años. Está en 4º y le gusta mucho aprender. Cuando estoy con ella siempre le pregunto qué anda estudiando o qué música escucha. ¡Mis sobrinas son mi fuente de modernidad! Me dijo que está estudiando los paréntesis y tenía deberes sobre ese tema. Mi mente cuadriculada de adulto, le contestó que podíamos ensayar diciendo frases con paréntesis. Se empezó a reír y me dijo que eran los paréntesis con sumas y restas. ¡Uy! ¡Me encanta! Pero a ella no. Y no le gusta por una razón muy simple que creo que es la que nos ha pasado a todos de pequeños en matemáticas, en gramática y en general en todo el plan de estudios. Nunca entendimos qué utilidad tenía todo aquello. Hay personas que no necesitan saber el porqué de las cosas. Sin embargo, otros, los que tenemos una mente muy lógica, necesitamos cuadrar todo el proceso, desde el por qué, al cómo y para qué.

Estuvimos un rato hablando de matemáticas y de ejemplos prácticos. Estábamos metidas en el coche y todo lo que funciona en un coche son matemáticas, le dije. De hecho, la vida y el universo son matemáticas, aunque mi conocimiento es tan escaso que me cuesta ponerle ejemplos que pueda entender. Ni soy matemática ni soy experta en docencia (aunque me pregunto si la mayoría de los profesores lo son). Hablamos de un ascensor, para que esté preparada cuando estudie los números negativos, y le aclaré que no es lo mismo subir 6 plantas desde el -2 que subirlas desde el 0. Le gustó y me pidió más ejemplos. También hablamos de la lógica que se esconde detrás de la “suma de letras”, y cómo a+b=c puede tener muchas combinaciones posibles. Es decir, hay muchas formas lógicas y válidas de llegar a un mismo resultado. Estuvimos poniendo ejemplos y jugando a llegar al mismo número de resultado con combinaciones distintas. También le gustó.

Me preguntó qué más se estudia en matemáticas, es lo que tiene una sobrina curiosa y una tía un poco friki, como dice ella. Le hablé de la geometría y me dijo que eso lo estudió el curso pasado y que no entiende para qué sirve eso. ¡Ay amigos del simbolismo! Las nuevas generaciones vienen con las mismas dudas que los demás… Pero ¿por qué no se explican ejemplos prácticos que se encuentran incluso dentro de la clase? Es tan sencillo como decir que si el edificio en el que está el colegio no se cae, es por los cálculos matemáticos que hicieron los arquitectos antes de la construcción. Y que muchas de las paredes están en el lugar exacto que tienen que estar para hacer el ángulo necesario que sujete el resto del edificio. ¿Y por qué no unir las mates con la historia y con el arte, y explicar cómo están construidos los edificios antiguos que aún siguen en pie? Y que aunque hoy en día haya tecnología, esta sólo facilita el trabajo, pero necesitamos entender qué hace y qué impacto tiene en otros ámbitos. Como le dije ayer a mi sobrina, alguien tiene que decirle a la tecnología lo que tiene que hacer y saber si lo está haciendo bien.

¿De verdad algún profesor de matemáticas tanto de primaria como de secundaria explica a los alumnos para qué sirven? Usos prácticos con ejemplos que se puedan entender, y que hagan que los estudiantes de todos los niveles amen las mates. Porque cuando las entiendes, son alucinantes. Y entonces interpretas mejor el mundo. Aunque quizá si aprendiéramos a interpretar el mundo, a algunos se les acababa el chollo de la manipulación. Porque en realidad, todo son matemáticas. Puede ser que algunas operaciones sirvan para desarrollar ciertas habilidades mentales, sí. Pero muchas otras cosas, la mayoría, cuando se comprende su uso práctico al nivel que corresponda, se ven de otra manera y se quiere más. Porque el saber gusta. Todo lo que es útil y pragmático atrae más. Por eso el storytelling es una estrategia de marketing. Pero ojo, no hablemos sólo de los colegios. Recuerdo que en la universidad me pasaba lo mismo con la microeconomía. Después aprendí que resulta ser una parte esencial en la gestión de empresas. ¿Por qué no ponerle nombre y apellidos a la utilidad de tanto gráfico abstracto? Curioso que la propia microeconomía estudie la teoría de la utilidad.

Volviendo a la conversación con mi sobrina, seguimos con la historia. Hace unos meses fuimos juntas al Monasterio de El Escorial y desde entonces sabe bien qué rey lo mandó construir y que fue un rey muy importante que le gustaba mucho el conocimiento y por eso coleccionó tantos libros. Ayer le regalé un libro con muchas ilustraciones sobre los Austrias en el que había un árbol genealógico. Me preguntó si todos esos eran familia del rey Felipe VI y le dije que no, porque hubo un rey que no tuvo hijos y vinieron los reyes de Francia a sustituirles, los Borbones y por eso la princesa Leonor se llama de Borbón y no de Habsburgo. Entonces, la niña, que no para de cuestionarlo todo, me hizo una de las posibles preguntas clave que podía hacerme en ese momento. “Entonces, el abuelo de Felipe VI, ¿qué rey fue?”.

¡Qué complicado es enseñar! Enseñar bien. Y no todos los niños tienen padres que puedan explicarles las dudas o tías frikis que les van a buscar al cole.

Profesionales de la enseñanza, por favor, tomen conciencia.

Los lunes al sol

¿Sería eficiente la jornada de cuatro días para lograr conciliar?

Obsesionados con los periodos de cierre y reporting, los que hemos trabajado en departamentos financieros, sabemos lo que es ser flexibles. Ajustar nuestra vida a los plazos de entrega y picos de trabajo que surgen algunas semanas del mes. Aunque esa flexibilidad y sacrificio personal no siempre sean reconocidos por los líderes.

A pesar de que los financieros somos los de los cierres y los de trabajar en festivos o hasta horas intempestivas, no somos los únicos que sacrificamos nuestro tiempo personal por cumplir con los plazos de entrega profesionales. Si algo tiene trabajar en un departamento financiero, es que estás en contacto con toda la organización y aprendes que el mundo de la empresa es así. Plazos, asuntos urgentes y proyectos con un planning que cumplir. Priorizar se convierte en una habilidad esencial, aunque se hable poco de ella. Y muchas veces entre reuniones e imprevistos, llega la hora de acabar sin haber empezado lo que se tenía organizado para ese día. Por eso resulta tan llamativo, incluso gracioso, que los políticos hablen de jornadas de cuatro días para conciliar como si eso fuera factible sólo con cambiar un contrato laboral.

Veréis, lo mismo que ocurre con la armonización fiscal internacional, que no tiene sentido si sólo la asumen unos cuantos, ocurre con la jornada de cuatro días. Tener una jornada de cuatro días en un entorno en el que el resto de la gente no la tiene, o la tiene distinta, supone que ese día no va a servir para el objetivo que es desconectar y ganarle tiempo a la vida, al menos en los casos de trabajo de oficina. Si en lugar de trabajar cuatro días, la medida se toma como un reajuste en el horario de cada jornada para el cómputo total semanal, es muy probable que ese poquito menos que hay que trabajar cada día, se convertirá en un “qué más da quedarme” (o quedarte) un poquito más por pura eficiencia en las tareas, acabar lo que uno empieza.

Igual que muchos puestos de trabajo en España requieren conectarse a deshora para trabajar con América, o hay que tener en cuenta que en Dubai su fin de semana es diferente al nuestro, tendríamos que considerar de manera impredecible, cuándo nuestro cliente, proveedor, consultor o colaborador está o no disponible. ¿Es esto ágil en caso de problemas urgentes que resolver? ¿Influiría en la eficiencia de la compañía?

Es especialmente preocupante lo relativo a clientes y proveedores que son junto a los bancos quienes mueven el flujo de caja (liquidez) y por tanto, el flujo de actividad, y a quien no siempre sirve resolverles un tema al día siguiente. No sólo desde un punto de vista financiero sino logístico, presupuestario, etc. En el mundo real del empleo y la economía (esto es, fuera de la política) sabemos que los problemas de una empresa y su productividad son incompatibles con una regulación estricta. Por supuesto que nadie es imprescindible y que al final todo sale adelante, pero las situaciones repetidas en el tiempo son las que hacen a una compañía eficiente. Si esos momentos diarios de problemas urgentes no tienen a las personas adecuadas disponibles y esto sucede de manera constante, no sólo la eficiencia sino la propia actividad e imagen de la compañía, con mucha probabilidad, se verá afectada. No hablamos de periodos de vacaciones en los que uno deja organizado su trabajo, ni de estar ausente por un imprevisto que es puntual y totalmente entendible. Hablamos de que si el business to business no es algo ágil, las transacciones con esa compañía acabarán por desviarse a otra que facilite la resolución de problemas. Y es que, muchas veces en el trabajo uno se dedica más a resolver problemas que a trabajar en las tareas asignadas. Entonces, ¿de qué sirve tener jornada de cuatro días si al final se trata de estar pendiente de lo que pueda surgir?

La clave no está en legislar sino en cambiar la mentalidad. La flexibilidad es la joya de la corona de la conciliación en trabajos de oficina y no tanto la reducción de horas vía legislativa. Esto significa una flexibilidad entre empresa y empleado basada en la confianza y la responsabilidad. Si consiguiéramos dejar los egos aparte ¿tan importante es comenzar el trabajo a las 8 a las 9 o a las 10 o tomar un descanso a mitad del día y conectarse después siempre que cada uno sea consciente de las implicaciones que lleva su puesto de trabajo? No sólo por solucionar problemas, sino por la propia capacidad de concentración, que cada uno la encuentra de una manera. Estamos en la era de la digitalización. La industrialización ya pasó. No podemos seguir con la misma estructura organizativa ni podemos seguir regulando conforme a la organización industrial del trabajo.  Ni somos los mismos ni en muchos casos hacemos lo mismo.

Es curioso que habiéndose implementado la remuneración por objetivos fuera del ámbito comercial, el presencialismo (incluso en teletrabajo) sigue siendo una realidad. Por lo tanto, a pesar de tener objetivos, no sirven para que cada empleado se organice como quiera hasta cumplirlos y medir el rendimiento en base a ellos. Sólo sirven para justificar la remuneración variable que además, por las propias políticas de reparto de presupuesto, suelen ser subjetivas en función de otros factores. Fórmulas de flexibilidad existen, como exigir un horario determinado en el que todo el mundo tenga que estar conectado, o determinar las características de cada puesto de trabajo y su exigencia y flexibilidad correspondiente. Pero más allá de eso, debería ser el empleado quien proponga y demuestre, sin que desde los niveles más altos de la jerarquía se presuponga que lo que intentan las personas es no trabajar. Algo debería hacerse también desde los propios comités de empresa que conocen la casuística de cada departamento. No dejemos que el Estado regule aquello de lo que no tiene ni idea.

¿Dónde quedamos?

En esta pandemia los hosteleros se han hecho unos gurús del management. ¿Quieres saber por qué?

Sirva de aclaración que en estas líneas no me voy a referir a grupos de hostelería franquiciados ni a los que tienen pequeños oligopolios en la restauración u ocio nocturno de grandes ciudades. Quiero referirme a todos aquellos que teniendo uno o varios locales de ocio y restauración, son los mismos propietarios quienes reciben  a sus clientes, quienes gestionan su negocio y quienes de algún modo son la imagen de la experiencia de cliente que allí se ofrece.

Según datos INE, en España había en 2019, 253.227 locales de hostelería relativos al sector de comidas y bebidas, de los cuales más de 158.000 estaban registrados como persona física y más de 73.000 como Sociedad Limitada.

En cualquier negocio, independientemente del sector y del tamaño, la gestión de las compras delimita lo que posteriormente será el coste de venta, pero en negocios pequeños esta gestión es más importante si cabe, porque alcanzar los descuentos por volumen de compra de los proveedores requiere hacer frente a pagos de productos que se quedarán almacenados durante un tiempo hasta llegar a la caja en forma de euros.

Durante la pandemia, el sector de la hostelería ha sido uno de los más afectados. No sólo por el cierre total durante los meses de confinamiento sino que a la reducción de aforos y horarios no le ha acompañado una reducción de carga impositiva ni otros gastos fijos. La mayor parte de los negocios de hostelería están situados en locales alquilados, cuyos propietarios no han dejado de cobrar su alquiler (ni tenían porqué hacerlo porque ese ingreso formaba parte de su renta fija estimada). Lo que no tiene lógica es que a un negocio se le impida operar con normalidad pero a la vez se le obligue a pagar a sus proveedores como si todo fuera como antes, con una ayuda estatal que con suerte cubría la cuota de autónomos y un pequeño porcentaje del alquiler sin tener en cuenta además, la ubicación del local ni los ingresos anteriores. La forma justa de haber repartido las ayudas en hostelería hubiese sido proporcionalmente a la facturación o gastos fijos de periodos anteriores, con excepción de los nuevos establecimientos para los que se hubiese podido buscar otra fórmula. Esta medida, además, hubiese alertado a los empresarios del sector sobre lo importante de declarar los ingresos en un sector en el que la caja B existe por la facilidad de pagos en efectivo.

Sin embargo, la gestión de la hostelería en la pandemia ha sido un puzzle. En algunas comunidades autónomas daban autorización para abrir o cerrar de un día para otro por periodos de dos semanas. ¿De verdad creen los políticos que un negocio se puede preparar para la apertura en apenas un par de horas? Proveedores de comida, de bebida, preparar el equipamiento, limpieza del local y avisar a los empleados si los hay para que estén disponibles, así como regular sus contratos y que los clientes sepan que se está abierto.

Mucha gente sigue diciendo eso de que cuando sales está todo hasta arriba. Estoy de acuerdo, las terrazas han estado tan llenas como se ha podido porque estamos deseando salir, compartir y vivir, que es lo que se hace en un bar. ¿Pero os habéis fijado cómo han estado los bares en el interior durante los meses de restricciones? Toque de queda en el momento en el que la gente tomaba copas, horarios partidos como en Andalucía y un aforo con el que con un consumo normal no alcanza para los gastos fijos. Porque encender cámaras cuesta lo mismo para vender tres que para vender cinco, lo mismo con el sueldo del cocinero, con quien repara el aire acondicionado y con la cuota de autónomos. ¿Y qué pasa con los gastos variables? Porque para vender, hay que tener el producto pero ¿cuánto? ¿para cuántos días?.

Y no digo esto porque sea defendible todo lo que pasa en la hostelería; condiciones laborales imposibles de conciliar con una vida, locales mal atendidos o que directamente huelen mal. Pero no es a eso a los que me he referido en estas líneas, sino a quien su gestión es eficiente pero le han puesto demasiadas trabas para sobrevivir. Negocios que son el pilar fundamental de la actividad económica de otros sectores como el de alcohol, agricultura, comercio de alimentación especializado, refrescos, transportes, repartidores, lavandería, equipamiento profesional, etc.

Ahora, los reguladores del mundo pretenden que los hosteleros hagan también de policías con el pasaporte Covid, como si no tuvieran suficiente con preocuparse de que sus clientes estén cómodos y que ninguno se vaya sin pagar. Las medidas en hostelería tomadas por políticos y autoridades sanitarias han estado lejos de la realidad social. El ocio es una necesidad. Históricamente lo ha sido. En las tabernas ha surgido el amor, evasión emocional, encuentros, discusiones y reconciliaciones. ¿Cuántas primeras citas han tenido lugar en un bar? Me estoy leyendo el libro de Platón, “El Banquete” y toda la trama se centra en la sobremesa de una cena.

La hostelería no es un capricho de nuestro tiempo, que no nos confundan.

El buen comer

Siempre me ha llamado mucho la atención el desconocimiento y desinterés que existe en las ciudades por el origen de los alimentos. Todo, absolutamente todo lo que comemos procede del sector primario. Todo lo que ingerimos ha pasado en algún momento por mar o tierra. De hecho, a menudo queda en el olvido que comer no es sólo quitarnos el hambre, sino nutrirnos. Por eso, cubrir las necesidades nutritivas de la población debe ser la misión principal de los agricultores, quienes tienen en su mano nuestro bienestar a través de sus cultivos.

Las plantas absorben los micronutrientes de la tierra y así estos se transfieren a nuestro cuerpo aunque sea a través de un animal que comió esas plantas. Sin embargo, nos importa más el nombre del restaurante, la presentación para la foto, o descubrir el último producto de moda que viene de muy lejos, que los nutrientes reales que contienen los alimentos y todo el proceso que han seguido hasta llegar a nuestra boca.

A pesar de que mucha gente en las ciudades ve el sector agroalimentario como un sector lejano, el funcionamiento de este sector implica otros como los mercados financieros, cadena de suministro internacional, sector químico, automoción, energía, minería, etc. Y es primario porque es esencial (todos tenemos recientes los meses de confinamiento) y no primitivo como a veces se ve el campo desde entornos urbanos.

Ante esta situación aflora una pregunta que he tratado de responderme, ¿cómo se organiza el mercado de productos agronómicos? Algunos sabréis, otros no, que cereales básicos como el trigo, el maíz y la cebada son activo subyacente en los mercados de futuros. Otros no sabrán ni de qué hablo; especulación de fondos de inversión. Pero no es sólo esto, son muchas las variables que influyen en el precio final del cereal como los costes de transporte, que han subido por el incremento en los precios de la energía, los contratos internacionales de compra venta de cada operación, la meteorología, los stock de campaña anterior o la demanda.

España, cuyo paisaje típico de la meseta es el cultivo de cereales, tiene que acudir a los mercados internacionales porque no produce lo suficiente. Es, por tanto, deficitaria en cereales. Son esas importaciones, necesarias para cubrir la demanda interna, las que implican que el precio final del cereal de producción local se vea delimitado por el de las importaciones, entre otras variables.

Campo de trigo

Bien ¿y esto me afecta? Me afecta porque tengo la mala costumbre de comer, de salir a tomar cervezas o whisky, una tostada, una pizza o un plato de pasta. Y también una carne de un animal que comió trigo. ¡Y qué buena las croquetas del bar de la esquina! Tengo la costumbre de hacer una tarta cuyo ingrediente principal es la harina. ¡Claro que me afecta! No hablamos de una pequeña inflación. Hablamos, por ejemplo, de que el precio del mercado español de cereales, está desproporcionado respecto a las mismas fechas en campañas anteriores. (Podéis verlo rápido en la última página de esta presentación del Ministerio de Agricultura).

Además, hay algo especialmente preocupante. Por mucho que nos guste comer sano, nutritivo y rico, la realidad es que la  agricultura ecológica no es aún una realidad que pueda ser factible a escala. Porque no se trata de sustituir un fertilizante por otro. La agricultura ecológica está regulada con muchas excepciones que permite el uso de fertilizantes como el cobre. Y eso no es más que un lavado de cara. Una parte de la solución está en ser más responsables en el racionamiento de los alimentos, pero la realidad es que somos muchas personas en el mundo que alimentar por sólo nos cuantos agricultores. Y los cambios no pueden ser drásticos e inmediatos. La clave está en una optimización en el uso del suelo junto con un uso mínimo de agroquímicos y una adaptación de la maquinaria agrícola al mantenimiento de la salud de la tierra, por ejemplo, manteniendo las lombrices lo más grandes posible y que ayuden así a una mejor infiltración del agua. Aunque todo esto ni es nuevo ni es idea mía, la gente del campo y los ingenieros agrónomos andan kilómetros por delante.

La forma eficaz de llevar a cabo la agricultura ecológica, sería lo que se conoce como agricultura regenerativa, es decir, producir plantas en suelos sanos, centrando el cultivo en mejorar la calidad del suelo y no sólo de la planta. Mantener en buen estado la microbiótica del suelo es esencial para que los alimentos que crecen en esa tierra sean nutritivos, de manera que el uso de fertilizantes de síntesis química sea menor que en suelos pobres. Pero este tipo de agricultura no es la panacea porque por un lado depende de la simbiosis con la ganadería y por otro requiere de más campos cultivables. Y no debemos olvidar que los campos cultivables fueron en su día parte de un ecosistema que se modificó, precisamente, para darnos de comer.

Si tenemos en cuenta que la agricultura regenerativa no es, de momento, una solución lo suficientemente productiva como para darnos de comer a todos, tenemos que seguir pensando en fertilizantes de síntesis química cuyo componente principal es el nitrógeno. Sin embargo, este es el quid de la cuestión. El proceso de transformación del nitrógeno para que pueda ser utilizado como fertilizante, necesita gran cantidad de energía, tanto por el proceso químico de la fabricación como para la obtención de hidrógeno. Y es precisamente el precio de la energía lo que está causando que los precios estén en un proceso  de subida generalizada hasta el punto de que algunas plantas de fabricación de fertilizantes han decidido parar (septiembre 2021). Desde un punto de vista financiero y de negocio, el incremento de los costes de producción generalizados pero especialmente en los alimentos, implica una inflación que nos va a afectar a todos. Eso suponiendo que estas paradas en la producción de fertilizantes no lleguen al punto de afectar a la productividad de los cultivos en las próximas campañas.

Los alimentos no son un producto cualquiera. No se trata de elegir comprar o no, ni de elegir manzana Golden o Fuji o tomate Rama o Raf. Desde un punto de vista microeconómico, alimentos como los cereales y las hortalizas son productos con una demanda inelástica, es decir, una modificación en el precio no va a afectar proporcionalmente al consumo.

Quizá pronto tengamos que conformarnos con comprar manzanas y tomates sin poder elegir el tamaño y el color y valorar seriamente la opción de tener un pequeño huerto. Pero para eso necesitamos semillas. De eso hablamos en otro post.

Os leo en comentarios.

Things happen for a reason (las cosas pasan por algo)

Leo en Twitter un hashtag para elevar la vibración (cosas de “negacionistas”) que dice #enfocandoenpositivo. El enfoque en positivo es difícil hacerlo si no te sale de dentro y hay una gran parte de esa forma de pensar, de vivir y sentir, que viene de serie.

Sin embargo, el pensamiento positivo, también se puede entrenar. Desde luego que lo fácil es enfadarse y tener ira, comer siempre lo que más nos gusta, tirarse en el sofá en vez de salir a hacer deporte o estar triste cuando, objetivamente, escrito en el papel del manual de la vida perfecta, nos pasan cosas que no esperamos.

No se trata de creer que la vida es maravillosa pero sí de entender la vida. Este artículo que estoy escribiendo del tirón es el primero después de más de un año cuando llevamos casi 18 meses en pandemia. Y si después de lo vivido no hemos cambiado la actitud, es que nos merecemos otra pandemia, otro confinamiento y un poco más de sufrimiento.

La vida en sí no es un problema. El desamor, los conflictos profesionales, levantarte con pereza por la mañana, el menudeo en los problemas de salud, que tu hijo sea mal estudiante o que no tenga amigos, tener un vecino ruidoso, que te caiga mal tu cuñado, tener un accidente con el coche, que tus amigos te decepcionen (según el manual de la vida perfecta) o que alguien intente aprovecharse de tus buenas intenciones, no son problemas. Siento ser cruel, pero… así es la vida. Y cuanto antes asumamos que las cosas funcionan así, antes aprenderemos a adaptarnos a las situaciones con una actitud en positivo. No se trata de tener una actitud «buenista» sino lo contrario, se trata de preparar el terreno para el momento en que las cosas no vengan como se esperan.

Por la misma razón que ahorramos por lo que pueda pasar, deberíamos preparar nuestra mente por lo que pueda pasar. Sin embargo, esto no lo hacemos. Saber estar solo y saber reírse de uno mismo son seguros de vida como lo es comer bien, tomarse una copa de vez en cuando si te gusta el alcohol o hacer ganchillo si te relaja, hacer algo de deporte y rodearse de personas que crean armonía con uno, ya sean tus hijos, tus padres o el camarero del bar de la esquina. Leer, ver pelis, reflexionar y perder mucho el tiempo también son seguros de vida. Cuando pierdes muchos minutos de tu vida, aprendes a valorar los segundos que sí aprovechas y esa satisfacción te empuja a mover minutos perdidos a segundos aprovechados. Pero eso, amiguis, es un trabajo de cada uno.

Esto que os cuento que no es más que una reflexión personal. Es algo que he aprendido andando sola por el campo escuchando podcasts o escuchando música, desde la más erudita música clásica, los clásicos de la música electrónica hasta canciones de rock o marchosas de Ricky Martin que me hacen caminar más deprisa.

Por eso creo que enfocar la vida en positivo es posible. No quiero decir que no nos enfademos o no estemos un día tristes, se trata de la forma en la que en general uno asume las cosas que le van pasando. Porque cada cosa que nos pasa, nos coloca en un lugar y desde ese lugar nos seguirán pasando otras cosas, algunas nos vendrán dadas y otras las decidiremos nosotros. Cada factor, el aleatorio y el sesgado, influyen en la posición que nos vamos encontrando en cada momento. Y así, aunque la vida de unos esté más lejos que la de otros del manual de la vida perfecta, ese manual en realidad no existe, porque la vida es luz y es oscuridad, es nacimiento y es muerte, es risa, llanto, alegría y pena, es beber para morirte de ganas de hacer pis unos minutos después; lo que importa es que el cuerpo coja el agua que necesite y expulse lo que le sobra arrastrando toxinas. Si la vida es como el ciclo del agua en nuestro cuerpo ¿para qué preocuparse de más?

Tener una actitud positiva ante la vida es una vacuna, es tener una joya que nadie nos puede robar porque se guarda en la parte izquierda de la caja torácica. Yo la cuido todo lo que puedo y este blog forma parte de esa vacuna.

Prometo escribir muy pronto.

Os leo en comentarios. Besitos