Siempre me ha llamado mucho la atención el desconocimiento y desinterés que existe en las ciudades por el origen de los alimentos. Todo, absolutamente todo lo que comemos procede del sector primario. Todo lo que ingerimos ha pasado en algún momento por mar o tierra. De hecho, a menudo queda en el olvido que comer no es sólo quitarnos el hambre, sino nutrirnos. Por eso, cubrir las necesidades nutritivas de la población debe ser la misión principal de los agricultores, quienes tienen en su mano nuestro bienestar a través de sus cultivos.
Las plantas absorben los micronutrientes de la tierra y así estos se transfieren a nuestro cuerpo aunque sea a través de un animal que comió esas plantas. Sin embargo, nos importa más el nombre del restaurante, la presentación para la foto, o descubrir el último producto de moda que viene de muy lejos, que los nutrientes reales que contienen los alimentos y todo el proceso que han seguido hasta llegar a nuestra boca.
A pesar de que mucha gente en las ciudades ve el sector agroalimentario como un sector lejano, el funcionamiento de este sector implica otros como los mercados financieros, cadena de suministro internacional, sector químico, automoción, energía, minería, etc. Y es primario porque es esencial (todos tenemos recientes los meses de confinamiento) y no primitivo como a veces se ve el campo desde entornos urbanos.
Ante esta situación aflora una pregunta que he tratado de responderme, ¿cómo se organiza el mercado de productos agronómicos? Algunos sabréis, otros no, que cereales básicos como el trigo, el maíz y la cebada son activo subyacente en los mercados de futuros. Otros no sabrán ni de qué hablo; especulación de fondos de inversión. Pero no es sólo esto, son muchas las variables que influyen en el precio final del cereal como los costes de transporte, que han subido por el incremento en los precios de la energía, los contratos internacionales de compra venta de cada operación, la meteorología, los stock de campaña anterior o la demanda.
España, cuyo paisaje típico de la meseta es el cultivo de cereales, tiene que acudir a los mercados internacionales porque no produce lo suficiente. Es, por tanto, deficitaria en cereales. Son esas importaciones, necesarias para cubrir la demanda interna, las que implican que el precio final del cereal de producción local se vea delimitado por el de las importaciones, entre otras variables.
Bien ¿y esto me afecta? Me afecta porque tengo la mala costumbre de comer, de salir a tomar cervezas o whisky, una tostada, una pizza o un plato de pasta. Y también una carne de un animal que comió trigo. ¡Y qué buena las croquetas del bar de la esquina! Tengo la costumbre de hacer una tarta cuyo ingrediente principal es la harina. ¡Claro que me afecta! No hablamos de una pequeña inflación. Hablamos, por ejemplo, de que el precio del mercado español de cereales, está desproporcionado respecto a las mismas fechas en campañas anteriores. (Podéis verlo rápido en la última página de esta presentación del Ministerio de Agricultura).
Además, hay algo especialmente preocupante. Por mucho que nos guste comer sano, nutritivo y rico, la realidad es que la agricultura ecológica no es aún una realidad que pueda ser factible a escala. Porque no se trata de sustituir un fertilizante por otro. La agricultura ecológica está regulada con muchas excepciones que permite el uso de fertilizantes como el cobre. Y eso no es más que un lavado de cara. Una parte de la solución está en ser más responsables en el racionamiento de los alimentos, pero la realidad es que somos muchas personas en el mundo que alimentar por sólo nos cuantos agricultores. Y los cambios no pueden ser drásticos e inmediatos. La clave está en una optimización en el uso del suelo junto con un uso mínimo de agroquímicos y una adaptación de la maquinaria agrícola al mantenimiento de la salud de la tierra, por ejemplo, manteniendo las lombrices lo más grandes posible y que ayuden así a una mejor infiltración del agua. Aunque todo esto ni es nuevo ni es idea mía, la gente del campo y los ingenieros agrónomos andan kilómetros por delante.
La forma eficaz de llevar a cabo la agricultura ecológica, sería lo que se conoce como agricultura regenerativa, es decir, producir plantas en suelos sanos, centrando el cultivo en mejorar la calidad del suelo y no sólo de la planta. Mantener en buen estado la microbiótica del suelo es esencial para que los alimentos que crecen en esa tierra sean nutritivos, de manera que el uso de fertilizantes de síntesis química sea menor que en suelos pobres. Pero este tipo de agricultura no es la panacea porque por un lado depende de la simbiosis con la ganadería y por otro requiere de más campos cultivables. Y no debemos olvidar que los campos cultivables fueron en su día parte de un ecosistema que se modificó, precisamente, para darnos de comer.
Si tenemos en cuenta que la agricultura regenerativa no es, de momento, una solución lo suficientemente productiva como para darnos de comer a todos, tenemos que seguir pensando en fertilizantes de síntesis química cuyo componente principal es el nitrógeno. Sin embargo, este es el quid de la cuestión. El proceso de transformación del nitrógeno para que pueda ser utilizado como fertilizante, necesita gran cantidad de energía, tanto por el proceso químico de la fabricación como para la obtención de hidrógeno. Y es precisamente el precio de la energía lo que está causando que los precios estén en un proceso de subida generalizada hasta el punto de que algunas plantas de fabricación de fertilizantes han decidido parar (septiembre 2021). Desde un punto de vista financiero y de negocio, el incremento de los costes de producción generalizados pero especialmente en los alimentos, implica una inflación que nos va a afectar a todos. Eso suponiendo que estas paradas en la producción de fertilizantes no lleguen al punto de afectar a la productividad de los cultivos en las próximas campañas.
Los alimentos no son un producto cualquiera. No se trata de elegir comprar o no, ni de elegir manzana Golden o Fuji o tomate Rama o Raf. Desde un punto de vista microeconómico, alimentos como los cereales y las hortalizas son productos con una demanda inelástica, es decir, una modificación en el precio no va a afectar proporcionalmente al consumo.
Quizá pronto tengamos que conformarnos con comprar manzanas y tomates sin poder elegir el tamaño y el color y valorar seriamente la opción de tener un pequeño huerto. Pero para eso necesitamos semillas. De eso hablamos en otro post.
Os leo en comentarios.