No me gusta la navidad. No necesito que sea navidad para estar con mi familia ni tampoco nos queremos más en estas fechas. Tampoco tengo recuerdos especiales de la navidad más allá de buscar musgo para poner el portal de Belén en la escalera (ventajas de vivir en un pueblo de montaña) y la obsesión de mi abuelo con la lotería. Una época que pasaba de vacaciones y acababa con los regalos que traían los reyes al volver de la Cabalgata. Hace mucho de eso, claro.
Sin embargo, este año ha sido especial. Tras cuatro semanas visitando cada día a mi padre en el hospital y con un pronóstico incierto, no parecía que fuera a ser otro el plan el día 24 de diciembre que el que llevábamos tiempo teniendo como rutina diaria. “Nos da igual”, decíamos. Y en realidad nos daba igual, lo importante era que los médicos hicieran todo lo mejor que pudieran hacer, como así hicieron. Sin embargo, cuando finalmente mi padre mejoró en 24 horas lo que no había hecho en cuatro semanas, empecé a creer en lo que la navidad significa. Alguien desde algún lado nos mandó la energía de la buena suerte. Debía haber atasco en el cosmos 😀
Daba igual lo que comiéramos. Daba igual lo que bebiéramos. Lo importante era que sin esperarlo, podríamos pasar la nochebuena con él. Y es que me di cuenta de que en realidad eso es el espíritu navideño. Que nada cambie. Que todo siga igual. Y que sólo las cosas naturales de la vida sean las que cambien. Un hermano que está con su familia política o que le ha tocado trabajar. O quizás, un abuelo que falta por cosas propias de la edad. Aunque eso no evita que se les eche de menos.
Ha sido asombroso ver cómo mi padre ha podido pasar la navidad en casa gracias a la sabiduría y al amor de mi madre. Bueno y también a su insistencia con algunas enfermeras que se duermen en los laureles 😉 Amor por mi padre pero creo que más aún amor por sus hijas. Porque hubiese sido triste, aún sin espíritu navideño, pasar los días de navidad en el hospital. Y es que mi madre es de esas personas que da más la talla cuando las cosas se ponen oscuras.
Llegados a este punto, diréis… ¿y qué tiene que ver todo esto con tu árbol de navidad? Pues sí, tiene que ver mucho. La decoración navideña se pone con, por y para compartir con todos los que están en casa. Así que yo no tengo árbol de navidad. No. No es que no lo haya sacado del trastero. Es que no tengo de eso. Ni árbol, ni bolas, ni estrella que poner en la puerta. Nada. Algo dentro de mí siempre me ha dicho que la decoración navideña es para ponerla en familia. Que es un momento para compartir con los que viven en casa como parte de los eventos navideños, como lo era montar el belén con musgo en la escalera y preparar los monigotes que pegábamos en la espalda el día de los Santos Inocentes. ¿Qué gracia tiene por tanto que ponga un árbol de navidad por y para mí sola? ¿Abro una botella de cava para pasar la tarde de decoración si ni siquiera sé abrirla? El árbol de navidad empieza por A. A de Amor, Ayuda, Alegría combinados con Armonía. Y hasta que no se den todas las circunstancias juntas, yo no tendré mi propio árbol de navidad. Porque como me ha enseñado esta navidad 2019, la navidad es para compartirla.